La selección brasileña del mundial de España 1982 asustaba al rival con su sola mención, es uno de las mejores selecciones de todos los tiempos y sin duda el mejor y más espectacular ataque que ha visto el fútbol. Nadie ha vuelto a jugar así, ni el Dream Team, ni los Galácticos, ni el Barça de Guardiola ni la España de Vicente del Bosque. Era una constelación irrepetible de genios del balón, tan excepcional que ni su propio país ha podido replicar. La selección de Brasil de 1982 marcó quince goles durante el Mundial, en ocho partidos. Más goles que Italia, que ganó el Mundial, en once encuentros.
Tras ganar el Mundial de México 70, la cantera brasileña había producido otra generación de talento en estado puro, de alta cocina futbolística, de tiki taka en estado puro, encabezada por Zico y Rai. Casi nada. En la fase de clasificación para el Mundial de España 1982, Brasil había demostrado que eran capaces de elaborar cualquier tipo de jugada ofensiva. Eran clímax futbolísticos en que los brasileños dejaban boquiabiertos a cualquiera. Tras el reinado de Cruyff, Zico era considerado el mejor jugador del mundo hasta Maradona. El Pelé Blanco era un mediapunta diabólico de increible habilidad técnica, rápido y con carácter. Magnífico asistente, un regateador temible y un impresionante rematador, un gran lanzador de faltas. Demostró sus asombrosas capacidades durante una temporada que jugó en el Udinese. En su primera y única temporada en el ultradefensivo calcio de los 80, Zico marcó 19 goles en 24 partidos.
Pero Zico no estaba precisamente solo. El Doctor Socrates, con su más de 1’90 era un mediocampista excepcional con una tendencia hacia el juego preciosista y las acciones imposibles para los demás. El socio perfecto para Zico. Otro centrocampista tremendo era Falcao, el escudero perfecto para Socrates y Zico, el tercer hombre, quien literalmente ganó el solito un Scudetto para la Roma, ganándose el apodo de “Rey de Roma”. Además de estas grandes (enormes) estrellas, Zico, Sócrates y Falcao, estaba el extremo izquierdo Eder, un veloz extremo con un disparo a puerta extraordinario, como demostró con un golazo ante Escocia y era otro de los especialistas en lanzar libres directos increíbles. Toninho Cerezo era otro centrocampista completísimo. Junior era un lateral izquierdo tan técnico que acabaría siendo el cerebro creador de juego en el Torino italiano.
Tras un Mundial espectacular, llegó un partido que sería un clásico para la posteridad. Brasil afrontaba su partido contra Italia con mucho optimismo. El Estadio de Sarriá fue testigo. Los italianos habían hecho pocos méritos durante el torneo. Parecía imposible que aquella azzurra pudiera neutralizar a Zico y compañía. Aquel día sucedió lo inesperado, al más puro estilo italiano. El partido terminó convirtiéndose en una locura y, si hay alguien que sabe sacarle partido a la locura, es Italia. Italia ganaría por 3-2. Tras un campeonato muy discreto, Italia resucitó de la nada ante Brasil y, comandada por Paolo Rossi, con una asombrosa racha de seis goles en tres partidos, ganó el Mundial. Sería el adiós al fútbol arte de la Selección de Fútbol de Brasil.